Lo que voy a contar, no es nada por lo que no hayan pasado otras tantas mujeres, en su búsqueda hacia la maternidad. Supongo que ellas, más que nadie, entenderán mis palabras.
Tengo 34 años, y una vida que podríamos decir estable. Una pareja con la que convivo desde hace años. Una profesión que adoro. Dos perras a las que quiero con locura… La maternidad antes era un tema que estaba ahí, siempre he sabido que quería ser madre, pero era un tema que posponía. Nunca creí en el reloj biológico, pero de pronto…¡zas!… un día me digo a mí misma…¡ahora! De modo que con calma, sin prisas, seguimos con nuestra vida y “cuando venga ha venido”.
Mientras, una tiene que lidiar con los imprevistos de la vida, y durante unos años, pasamos por fases. Ese “cuando venga ha venido” pasa a convertirse en “ahora no que tal vez me renuevan el contrato” o “mejor esperar unos meses a ver qué pasa” o “venga sí, si nos quedáramos ahora sería estupendo, es el momento…” Aceptar que yo no tenía el control (ni sobre esto, ni sobre muchas otras cosas) me ha llevado tiempo.
En las consultas de ginecología un día llega mi primer pequeño disgusto: tengo los ovarios “un poco poliquísticos”… Me pregunto qué querrá decir “un poco poliquísticos”, pero me tranquilizan diciéndome que eso no me va a impedir ser madre. Sin embargo, Google dice que el síndrome de ovarios poliquísticos, es una de las causas de infertilidad más frecuentes. Decido no obsesionarme, más y cuando los míos son “un poco poliquísticos”. He tenido que escuchar de varias ginecólogas frases del tipo “no te preocupes, eres muy joven” (ya pero yo quiero ser madre AHORA, me digo por dentro). “Tómate esto que te ayudará a quedarte embarazada”. Y yo hago lo que me mandan, invierto en cajas de medicamentos caros que supuestamente mejoran mi función ovárica según algunos médicos, pero que según otros, no son más que vitaminas que con dos ensaladas a la semana se soluciona ese aporte. (No hablo del ácido fólico, que es importantísimo tomarlo antes del embarazo, hablo de otros aportes). Y así pasa el tiempo, un par de años, pero mi embarazo no llega.
Entre tanto, la vida sigue, y durante este último año, me he visto obligada a prestar-me atención (sí, yo ¡a mí!…). De pronto un día, yo, que me cargaba de cosas (trabajo, pacientes, aficiones, planes de todo tipo, incluido el de ser madre…) y que no dejaba nada porque siempre podía con lo que me echaran (y más), de pronto…me siento incapaz de todo…de cuidarme, de trabajar, y mucho menos…de ser madre. Y cuento todo esto, porque durante un tiempo me he culpado pensando que mi ansiedad no me ayudaría a quedarme embarazada (o pensando que sería una madre horrible si no podía ni cuidar de mí…). Además, todo el mundo me lo decía, “cuando te relajes, te quedarás”. Entonces debía ser culpa mía, pensaba. Entendí que era el momento de dejar de ayudar a los demás para centrarme en mí, que da igual ser psicóloga, porque los psicólogos también somos personas, y necesitamos ayuda. Y comencé mi terapia personal, que es de las mejores cosas que he hecho en la vida. Gracias a ella he entendido muchas cosas, de mí.
A raíz de las situaciones por las que paso, descubro que es un tema interesante, y comienzo a formarme en Psicología Perinatal. Mi pareja, a la que había prometido descansar de formaciones durante un tiempo, me mira con incredulidad. Pero este curso es diferente, le digo (y me digo), es un curso para mí. Cuando empiezo a sentirme más fuerte, decido (decidimos) retomar el tema de la maternidad, justo cuando se cruza en mi vida una doctora que, lejos de tranquilizarme con las típicas frases, me escucha, me entiende y decide prestarnos atención. Comienza la fase de hacernos pruebas. Análisis de sangre, de semen, reserva ovárica…Todo bien. Eso es tranquilizador en un primer momento, pero inmediatamente después surge la pregunta…¿entonces, qué pasa? Solo queda mirar mis trompas, debo hacerme una histerosalpingografía. Busco información sobre una prueba que al principio soy incapaz de pronunciar, pero que después de buscar en internet varios días, y leer lo terriblemente dolorosa que resulta, al final decir histerosalpingografía deprisa y muchas veces seguidas, es tarea fácil.
El volante para la prueba pasa varios días junto al teléfono. Tengo que esperar a que llegue mi regla para pedir cita. Pero… ¡sorpresa! Mi regla no llega, estoy (¡por fin!) embarazada. Me invade una mezcla de ilusión, miedo, incredulidad…No queremos decirlo a nadie, es pronto, pero necesitamos compartirlo con nuestra familia y algunas personas cercanas.
Me encuentro tranquila pese a mis miedos, no me queda otra que aceptarlos y combatirlos. Empiezo lentamente a construir mi nueva identidad, la de madre, quién me lo iba a decir…Pero cuando estoy de 6 semanas y 4 días, empiezo a manchar. No quiero alarmarme, pero sé que algo no va bien. Hablo con una amiga cercana, enfermera de ginecología, “si va a más, te vas a urgencias” me dice. Pues fue a más, y empezó mi periplo por las urgencias de una clínica privada. Es la primera vez que veo lo que iba a ser mi bebé. Solo se ve el saco, me dicen que es normal, es muy pronto y puede ser un sangrado de implantación (a mí no me cuadra por las fechas, pero entiendo que esto no es una ciencia exacta). Me voy tranquila, porque está ahí, lo he visto. Al día siguiente, la sangre es de otro color, así que tal como me indicaron, vuelvo porque hay cambios. Al explicar cómo es el sangrado, (“roja señor, no marrón como ayer”) el ginecólogo bromea sobre ello, (“no va a ser azul”, me dice). Sé que puede ser para quitarle hierro al asunto, pero para mí no tuvo gracia. Me exploran, y el saco sigue ahí, sin cambios. Sin pedirme permiso, cogen mi ropa interior para ver las manchas, “eso no es nada” me dicen. También me dicen que las embarazadas nos alarmamos por cualquier cosa. Intento explicar que el sangrado que he tenido no es como la mancha que hay en mi ropa, y que he vuelto porque el médico de ayer me dijo que volviera si iba a más, y eso era lo que había hecho. Me fui enfadada por la falta de empatía. Me dicen que pase lo que pase, no vuelva, porque hay que esperar y en 4 días tengo cita con mi ginecóloga, y que al ser tan pronto, si no va bien lo expulsaría sola. Al día siguiente continua la pesadilla. Comienzo a sentir dolor y a expulsar coágulos, pero no voy a volver a esas urgencias, ya me lo dejaron claro. Mi pareja y yo nos miramos, los dos lo sabemos, “lentejita” (así es como dicen las páginas de maternidad que es en la semana 6) probablemente no sigue ahí, pero no queremos perder la esperanza. El cuarto día el dolor se hace insoportable. Decidimos ir a otro hospital, donde por suerte, me encuentro un trato un poco más humano. No dejan pasar a mi pareja, no lo entiendo pero son las normas y quiero acabar con esto. Tumbada, veo las caras de las ginecólogas, y antes si quiera de explorarme, oigo “bufff”, una de ellas me mira y me dice “esto es que se está perdiendo el embarazo”, en ese momento, se me caen las lágrimas, igual que caen entre mis piernas los restos de lo que iba a ser una vida. Noto una breve caricia en mi pierna, es la auxiliar de enfermería. Agradezco ese gesto. Igual que el pedirme permiso para limpiarme la sangre cuando las doctoras me han dejado sola al otro lado de la cortina, porque ya hemos terminado. Agradezco que me ofrezca su mano para levantarme de la camilla, semidesnuda y destrozada. Después, los médicos tratan de consolarme, me preguntan si es mi primer embarazo, les digo que sí, pero que nos ha costado mucho. Me dicen que esto es muy frecuente, que lo vuelva a intentar, etc. Y yo todo eso ya lo sé, pero entiendo que me lo tienen que decir. Cojo mi informe, leo “aborto completo”, y lloro más. Salgo por la puerta y solo puedo abrazarme a mi pareja, y lloramos juntos.
Al día siguiente, continúo haciéndome a la idea. No quiero ir al servicio porque aun sigo expulsando sus restos. En el ordenador me salta publicidad de las páginas que había mirado días atrás, ropa premamá, habitaciones Montessori, parto respetado, ventanas que había dejado abiertas sobre “sangrado en el primer trimestre”… Y tengo que borrar un correo al que me había suscrito “tu bebé semana a semana”, me cuentan cómo es mi bebé en la semana 7. Pero ya no hay nada. Y mi cuerpo también se hace a la idea, ya no me duelen los pechos y comienzan a deshincharse, igual que mi vientre. Agradezco las palabras de mi familia y amigos. Mi cabeza también sabe que es mejor ahora que más adelante, que si ha ocurrido es porque no era viable, que esto es normal, que mucha gente ha pasado por ello y luego han tenido su bebé, lo sé…Pero yo tengo que pasar mi duelo.
Mi intención es compartir mi experiencia, mi dolor, pero también las reflexiones que me han surgido estos días. Si hubiera llegado a saber que este camino no iba a ser tan fácil, creo que hubiera hecho las cosas de otra manera. No hubiera priorizado el trabajo a mi vida personal. He pensado mucho en torno a lo que la sociedad nos dice a las mujeres, a las madres, a las no madres, a las «pacientes» de un modelo sanitario autoritario al que no le gusta que sus pacientes se empoderen con información y conocimiento previo, porque entonces puedo hacer preguntas o cuestionarme lo que me dicen…¿Realmente las mujeres decidimos conscientemente cuando queremos ser madres? ¿O estamos condicionadas sin darnos cuenta por la sociedad? Porque yo creo que la sociedad se permite el lujo de decirnos cuando debemos ser madres. Nos empujan a «aplazar» la maternidad, y así poder seguir siendo «buenas profesionales», porque cogiendo una reducción de jornada parece que dejas de ser profesional (por supuesto, está mal visto que el padre se reduzca la jornada). O para poder continuar simplemente en el precario mercado laboral, enlazando (en el mejor de los casos) contratos temporales que no animan a plantearse (ni de lejos) la maternidad. Por no hablar de cuando una mujer es autónoma…Cuando decides cruzar ese abismo, ya con cierta edad, muchas veces las cosas no son como una espera, y a veces parece una carrera a contrarreloj, porque sí, cada mujer, cada pareja, decide cuando es el momento de tener hijos, pero no nos engañemos, nuestros cuerpos no funcionan igual a los 20, a los 30 o a los 40, y eso no sale en los anuncios de los test de ovulación. Pero no pasa nada, porque para eso están las clínicas de fertilidad…si hasta podemos congelarnos los óvulos…No estoy en contra de las clínicas de fertilidad, ni mucho menos, por suerte existen y ayudan a cumplir el sueño de muchas parejas. Pero, me pregunto si no será mejor que las mujeres no tengamos miedo de perder un trabajo, que se facilite la conciliación, que no tengamos que normalizar la maternidad a los 40 (muy respetable si así se decide de forma consciente)…Esto es más serio de lo que parece, no hay más que ver los datos sobre el envejecimiento poblacional.
Por favor, a los profesionales sanitarios…Afortunadamente aún hay gente con empatía. Pero para otros solo somos números. Detrás de cada paciente, hay una historia. Ustedes día a día ven cosas horribles, y otras maravillosas. Admiro su trabajo, yo no sé si podría dedicarme a ello. Lo que para ustedes era un saco de 5mm para mí era mi bebé, ¿cómo no voy a alarmarme y preocuparme por “cualquier cosita”? Escuchen a sus pacientes, que no entendemos de medicina, pero conocemos nuestro propio cuerpo, y si sospechamos que algo no va bien, acudimos a ustedes, los expertos, en busca de respuestas. Respuestas que a veces no tienen, lo sé, y con ello contamos. Estaría bien que en un momento tan delicado, dejaran pasar a las parejas o acompañante, es igual de importante para ellos, y necesitamos su apoyo emocional. Simplemente, pido que nos traten con respeto y con atención. Que salgan de su papel de médico y se pongan únicamente en el de persona, aunque sea por un momento.
Si puedo sacar algo positivo de esta experiencia, es aquella mano que me tendieron, es el saber que mi cuerpo ha podido albergar una vida, breve, pero ahí estaba, es que esto me ha unido más a mi pareja, y el convencerme de que no tiraré la toalla.
Cristina Hernández
Psicóloga, (y mujer en duelo…)